INTRODUCCIÓN
El “súmmum” de cualquier corredor popular, es disfrutar corriendo, y si es
posible, hacerlo sin molestias físicas. Pudiera parecer que una cosa lleva a la
otra, pero todos sabemos que no es así, ya que nos reconforta tanto correr, que
lo hacemos incluso con molestias con las que cualquier otro ni se le ocurriría.
Y por desgracia, éstas se acentúan con la edad, síntoma de acumulación de
actividad y malos hábitos en su práctica, molestias que mitigamos debido a
nuestra determinación y cierto grado de resignación que acumula nuestra
personalidad con el paso del tiempo.
Nos gusta
correr, y relacionamos indefectiblemente su práctica con molestias físicas, motivo por el que nos
marcamos varias zonas de desarrollo y límites de la actividad. Esta claro que
este “freno” lo podemos modificar, de hecho aquellas zonas se alteran
atendiendo la preparación física y psíquica que podamos tener en un momento
determinado. Quiero correr, quiero disfrutar corriendo, bastante tengo con
pelearme con el medio y mi preparación, como para también hacerlo con molestias
físicas que arrastro prácticamente desde el inicio, y principalmente quiero
hacerlo durante toda mi vida. Esta es mi Gran Meta, su consecución y
reconocimiento es personalísimo.
El objetivo de
este artículo, es dar a conocer mi experiencia personal y evolución hacia un
cambio de tendencia en la práctica de este deporte que tanto me ofrece, aunque
sea quizás, fomentado por lo que parece una nueva corriente comercial, pero de
un modo u otro me ha puesto en el camino de la consecución de esta Gran Meta
que pudiera ser común.
DESARROLLO
El calzado es un
componente básico para la práctica del “running”, teniendo una gran influencia
en el rendimiento y prevención de lesiones.
No tengo ni idea
de qué tipo de zapatillas son las mejores, esa elección es muy personal, lo que
sí que parece, y en lo que hay cierto consenso, es en cuál debe ser la técnica
de carrera en montaña; amplitud de zancada, modo ideal de evolución de la
pisada, etcétera; otra cosa es que hagamos algo para adecuarnos a ese tipo
ideal de desplazamiento, ya que habitualmente, a pesar de que reconozcamos
nuestros malos hábitos, nos excusamos en la preparación física, perfil
antropométrico, modo particular o hábito.
Compagino
afición por el “trail running” y el ciclismo de carretera, es en esta segunda
faceta deportiva en la que no hay discusión sobre la mejor adaptación
biomecánica del deportista con la máquina y desarrollo de movimientos; y como
ejemplo gráfico podéis fijaros en el modo de pedalear y montar en la bicicleta
que tiene cualquier ciclista aunque sea aficionado con cierto nivel,
observaréis que todos lo hacen de una manera muy similar. Pues los “runners” populares
no, cada uno decimos que nuestra forma, por muy singular que sea, es la mejor
para nosotros.
“A la fuerza
ahorcan” y eso es lo que me ha pasado a mí, progresivamente al principio y de
manera súbita finalmente, un día tuve que dejar de correr y regresar a casa andando,
me apareció un intenso dolor en la unión del tendón de aquiles con el talón
derecho, que llegó a impedirme correr durante varias semanas; decidiendo
finalmente recibir varias sesiones de “E.P.I.”,
gracias a las cuales pude volver a correr, pero con el sempiterno dolor. A partir de ahí, me obsesioné con la
amortiguación de las zapatillas, quería que tuvieran mucha, perdiendo con ello
las sensaciones de control y contacto con el suelo que tenía cuando corría por
la montaña, no obstante tampoco encontraba alivio suficiente en mi talón.
Paralelamente, investigaba junto con el “fisio” las causas de esta lesión,
determinado que podía ser debido a una sobrecarga de trabajo, o mal trabajo, ya
que parecía que el trauma por un impacto puntual quedaba descartado.
Decidí reeducar
mi pisada, la decisión que he tomado tras marearme con excesiva información, de
la que no tengáis duda que carezco de base para su análisis y estudio, pero
¡algo tenía qué hacer! y tome la decisión que creía menos arriesgada para mi
salud, principalmente porque siempre podía volver a ponerme en manos de
facultativos, y sobretodo esta decisión conllevaba correr y correr, que al fin
y al cabo es lo que deseaba hacer, aunque de otra manera.
El guión a
seguir eran las pautas que señalaban los seguidores del “barefoot” o
minimalismo. Había que correr sí, pero pensando continuamente como pisabas,
intentando que fuera siempre con la parte media delantera del pie, o en su
defecto con la zona plantar, aunque por agotamiento de la concentración en este
aspecto, me daba cuenta mi tendencia era a impactar con el talón favorecido por
un excesivo alargamiento de la zancada. Tenía muy claro que mi apreciación
analítica de esta pisada durante la carrera era en un porcentaje muy alto
errónea, ya que la valoración subjetiva que tenemos de nuestra mecánica de
desplazamiento y contacto con el medio
“propiocepción” suele estar distorsionada, por eso es muy importante y
recomendable atender las observaciones que te hacen los que te ven correr, y
principalmente la gente que tú crees que lo hace bien; os puedo asegurar que en
la mayoría de las ocasiones tienen poco que ver con la idea que percibimos de nosotros
mismos, por eso somos reacios a su valoración. La forma más objetiva que
determiné que podía servirme de control sobre los progresos en esta nueva
reeducación, era la observación del desgaste de la suela de la zapatilla,
observando claramente en las zapatillas que tenía usadas con anterioridad, que se
acentuaba el desgaste en las zonas ideales de impacto tal como metatarso. Pero
sorprendentemente, continuaba sufriendo desgaste en la parte lateral exterior
del talón, cuando a mi me parecía que la mayor parte del tiempo, gracias a la
intención que ponía en la pisada, a penas impactaba con esta zona, excepto en
bajadas muy pronunciadas, en las que mi pie necesitaba más superficie de apoyo
y retención. Por otro lado, y como forma de control de progresos, era la
apreciación subjetiva testeando tanto sensaciones, como los puntos de dolor que
tenía con anterioridad, y en este aspecto yo lo tenía fácil, ya que estaba mi
talón derecho del que ya me había demostrado con anterioridad que resultaba
bastante intransigente cuando algo no le iba bien.
He de decir que
el inicio fue duro, ya que tuve que trabajar más de gemelos y de soleos,
ocasionándome sobrecargas y molestias que eran nuevas para mi, pero advertido
de que esto iba a suceder y tenía claro que formaba parte del proceso de
reaprendizaje. Inicialmente noté un incremento de desgaste en las zonas
exteriores de la suela, resultado al parecer, del proceso de adaptación por el
uso de calzado más flexible y ligero, sacando a relucir la escasez de firmeza
en mi arco plantar. Situación que iría corrigiéndose con el tiempo, y cuya
evolución quedaba patente en el aminoración, aunque no ausencia, del desgaste
de aquellas mismas zonas de la suela.
Había que
acortar la zancada, me impuse el lema “mejor dos pasos que uno”, me di cuenta
que necesitaba más carencia de zancada para que no se viera afectada la
velocidad, principios que son los mismos para la optimización del esfuerzo con
la pedalada en la bicicleta de carretera y manejo de desarrollos mecánicos con
el cambio. Y también me di cuenta que al igual que con la bici, supone al
inicio un incremento de gasto energético y dificultad técnica que te hace
replantearte si realmente tiene sentido. A modo de ejemplo, os puedo asegurar
que si no “estás rodado” con la bici, te resulta más cómodo llevar un
desarrollo que te exija un incremento de fuerza para el pedaleo en detrimento
de menor cadencia, cuando todos sabemos que ese derroche de “gasolina” más
pronto que tarde lo pagarás.
Con esta nueva
forma de correr, que los preconizadores del “barefoot” proclaman como más
natural, se favorece el uso de zapatillas con escaso o nulo “drop” (la
diferencia en milímetros entre la altura de la parte delantera con el talón de
la zapatilla), así como la escasez de amortiguación y sistemas de control de
pisada incluidos en el calzado, ya que sí que parece que hay estudios en los
que se da explicación biomecánica para demostrar la aminoración de impacto
tanto en el pie como el resto de extremidad, con ello se consiguen otros
beneficios ampliamente explicados en los diversos artículos publicados sobre
esta materia.
CONCLUSIÓN
Las
consecuencias de esta readaptación sobre los puntos de dolor que tenía en mi
talón derecho, han mejorado hasta tal punto que no hay diferencia entre los que
puedo padecer en un momento determinado en el talón izquierdo, achacados
inicialmente al exceso de actividad. Ya que acumulo semanalmente, como poco, en
torno a los cien kilómetros de montaña, con salidas que raramente son
inferiores a las dos horas de duración.
Respecto al
calzado que he pasado a utilizar, es un calzado que sin llegar a ser totalmente
minimalista (con cero drop), sí lo he encontrado en su fase de transición, en
zapatillas más ligeras, con 4
mm. de drop y ausencia de controles de pisada. Reconozco
que me queda mucho por mejorar en esta adaptación, en la que coincido con los
que la fomentan, en su progresividad.
Los resultados
hasta el momento son muy satisfactorios, corro distancias que hace escasamente
un año, veía como inalcanzables; he decidido dejar de competir en distancias inferiores a la maratón, además de
por las satisfacciones que me produce el estar corriendo durante varias horas, la
aminoración de estrés que me ocasionan los instantes previos a la competición y
durante el desarrollo, así como la comodidad en el planteamiento diario de
entrenamientos, más acorde con mi objetivo personal de alcanzar aquella Gran
Meta, ¿recordáis?.
Aquí os dejo el
enlace a algunos artículos relacionados:
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